LAS PLANTAS
La vida vegetal es indispensable para la vida animal y, por tanto, también para la humana. Su utilidad, tanto alimentaria como medicinal o productora de medios para la subsistencia, ha sido objeto de apropiación por cada cultura, las que han establecido sus propios ordenamientos. Los yorubas clasificaron las plantas de acuerdo con su panteón, asignándole a cada orisha aquellas que por su color, forma, sabor, color de sus flores, forma de sus frutos y semillas, lugar de procedencia y otras propiedades, le correspondía. La deidad a la que se le atribuye el poder sobre la vegetación en su conjunto es Osain u Osayín. Un día Shangó estaba paseando por el monte, cuando oyó unos gritos pidiendo auxilio. Asustado miró alrededor y vio a un hombre gravemente herido que estaba acostado en la tierra.
El hombre había perdido una pierna y un brazo. Arriba del ojo izquierdo tenía una gran herida que sangraba profusamente. Shangó cuidó al hombre, curándolo con plantas medicinales. Al fin, cuando el hombre despertó, preguntó a Shangó: «¿Quién eres? ¿Qué haces en el monte?»
Shangó le contestó: «Yo soy Shangó. Estaba perdido y no podía encontrar mi camino en la maleza». El hombre le dijo a Shangó que él vivía en ese bosque salvaje, que usualmente buscaba refugio en la copa de los árboles, pero parecía que se había quedado dormido y se había caído. Le dio las gracias a Shangó y le dijo: «Te estoy muy agradecido. Muchos hombres entran en este monte y toman lo que quieren, pero nunca me ayudan o respetan... Mi nombre es Osain y yo soy el dueño del monte y de todas las plantas salvajes. Oloddumare me dio ese poder y de ahora en adelante te voy a proteger.
Haz tus herramientas, tus armas y tus instrumentos de madera, porque la madera me pertenece, y los aceros y los metales le pertenecen a Oggún. Coge el envase donde guardas las medicinas que usaste para curarme, todas las mañanas moja tus dedos en las hierbas que tienes dentro de él y haz la señal de la cruz en tu lengua».55 A los especialistas en la medicina tradicional yoruba se les conoce como osainistas y son personas con grandes conocimientos de las propiedades curativas que tiene cada planta. A cada orisha se le atribuye un buen número de plantas, Shangó no es la excepción, pero a los efectos que nos interesan, solo vamos a revisar aquellas en las que la asociación mitopoética resulta evidente. En primer lugar figuran los árboles cuyas maderas son rojas, por lo que la afinidad con el Orisha es evidente. El álamo (Ficus religiosa) es oriundo de la India, su familiaridad con Shangó, no solo está dada por el color rojo de su madera, sino también por el constante movimiento de sus hojas que lo hace semejante al movimiento de una llama. El almácigo (Alophrierum simaraba) es resistente al fuego, y sus hojas hervidas en agua producen un precipitado rojo de propiedades antinflamatorias.
El cedro (Cedrela mexicana), gracias a su excelente madera, muy roja, se utiliza para confeccionar los instrumentos rituales de Shangó, así como el odorún o pilón sobre el que se coloca el recipiente que contiene los objetos de adoración. También se incorporan a la mitopoética del dueño del fuego algunos árboles cuyos frutos son rojos o se asemejan a objetos que pueden tener correlaciones con Shangó, como la granada (Punica granatum) que cuenta con una vasta trayectoria en la mitología universal. La granada desempeña en una serie de tradiciones la función de manzana del paraíso (de oro), de fruto del árbol del conocimiento, de medio maravilloso (...).
En la Grecia antigua era considerada como una imagen de la muerte, del olvido, pero también del alimento divino, de la esperanza de la inmortalidad, lo cual halla explicación en el mito de Perséfone, que comió las semillas de la granada. También se creía que la granada había surgido de la sangre de Dioniso. En el cristianismo la imagen de la granada está correlacionada con el don traído por Jesucristo del cielo (cfr. también la concepción de la granada como signo de la bendición de Dios en el hinduismo); la granada es uno de los emblemas de la Virgen María. En Corea la granada era vista como el alimento de los dioses y estaba dedicada a los antepasados muertos.56 Dentro de la Santería la granada se le atribuye a Shangó, por ser también la que dio nombre a un artefacto de guerra.
El mamey (Achras zapata) es una más de las exquisitas frutas por su dulce masa roja, y figura entre las ofrendas que con frecuencia se le hacen al Orisha; su semilla guarda un gran parecido con un hacha petaloide o piedra de rayo, por lo que esta se incorpora a los atributos de la deidad. La palma, de la que existe una gran variedad en el mundo entero, ocupa un lugar especial entre las plantas de Shangó, pues se le atribuye ser la morada del Orisha. De hecho, uno de los saludos que se le hace dice en yoruba kabiesi ilé, lo que puede traducirse como «el que golpea su casa», haciendo alusión a que la palma es castigada por el rayo con frecuencia. En nuestro país la palma real (Roystonea regia) es un símbolo que figura como árbol nacional en el escudo. También la palma ostenta múltiples significados en distintas culturas. La palma en muchas tradiciones del Cercano Oriente antiguo (Mesopotamia, Fenicia, Egipto),
se presentaba en la función de árbol de la vida (...correlacionado con el hombre pío, la palma a veces es representada también en el arte cristiano), y en el Egipto antiguo también como imagen del tiempo, del año. En una serie de tradiciones es concebida como imagen del falo con una llama surgiendo de él o como emblema andrógino y solar, correlacionado con las imágenes del tipo del «árbol de mayo». En el arte cristiano es un símbolo del martirio y la pureza, el signo de los que visitan la tumba del Señor (también un talismán contra las tentaciones), «domingo de ramos» se llama el día de la entrada de Jesucristo a Jerusalén.
Pero algunos entienden que la ceiba (Ceiba pentandra) es el verdadero hogar de Shangó, a pesar de que este árbol que los yorubas conocen como Iroko es también la morada de otras divinidades. La ceiba tiene cualidades idioeléctricas que provienen de la configuración horizontal de su copa y de la lana que produce, lo que la hacen una mala conductora de la electricidad, por lo que el rayo no la ataca. La planta conocida popularmente como lengua de vaca (Pseudelephantopus spicatus), se le atribuye a Shangó por el hecho de que el fuego forma «lenguas». Así también pertenece a Shangó la yerba de Santa Bárbara (Dalea domingensis), conocida también por el nombre de ruda cimarrona.
La calabaza, conocida como auyama en Venezuela y ayotli en México, es como hemos visto en un capítulo anterior, magnificada en una de las historias de Shangó; del maíz (Zea mays), degusta el Orisha en su plato favorito, el amalá, hecho con la harina de este grano mezclada con quimbombó, otro de sus frutos predilectos; y el plátano, del que existen más de veinte variedades en Cuba, quizás por su similitud con un cuerno de toro, atributo de Ogué, orisha muy cercano a Shangó, también le pertenece al señor yoruba del trueno.
Por la especial similitud que se crea entre el dibujo que hace un rayo en el firmamento y las ramas de un cardón (Euphorbia tactea), esta planta, a la que popularmente se le denomina «corona del Diablo», «cruz de Caravaca», «escardón» y «tuna de cruz» es venerada por los adoradores del dios del fuego. Algo similar ocurre con la pitahaya (Hylocereus triangularis). Por último, tenemos las plantas cuyas frutas son picantes como la pimienta (Pimenta dioica), y el ají guaguao (Capsicum frutescens), por la fuerte sensación que producen en el paladar estas especies se comparan con el fuego que Shangó arroja por su boca. En esta oportunidad se produce lo que en poesía se conoce como sinestesia, al atribuirle a la pimienta o al ají el «sabor» del fuego. Olofin mandó a buscar a Shangó, pero Shangó no quiso ir porque estaba en el wemilere bailando, Olofin, muy ofendido, se quedó pensando.
Días después, sabiendo lo comilón que era Shangó, lo invitó a almorzar y preparó akukó y frijoles negros con muchísimo picante. Shangó, haciendo honor a su bien ganada reputación de buen gastrónomo, acudió puntualmente a la invitación que le había hecho Olofin. Cuando comió todo aquello, empezó a sentir que una cosa muy grande le daba vueltas en el estómago; comenzó a dar brincos y a tirar rayos contra la Tierra. Olofin, que se reía mucho de lo que le pasaba a Shangó, quiso premiar al hijo desobediente. —Shangó —le dijo— desde hoy te concedo el ashé del rayo.

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