EL RAYO
El rayo produce una luminosidad, el relámpago, y un sonido, el trueno. Por sus efectos cegadores y por las mortíferas y destructivas consecuencias que puede entrañar, es natural que los humanos se sientan indefensos ante este fenómeno, no obstante la existencia del pa ra rra yos que in ventara Benjamín Franklin.
La parte sólida de nuestro planeta: los continentes, islas, gla ciares, mares y océanos que lo integran y por otra parte la atmósfera, forman un gran condensador eléctri co. Cuan do las nubes al can zan exten sio nes ver ti ca les conside rables, suelen acumular grandes cargas eléctricas.
Estas acumulaciones pueden ser cargas positivas o negativas. Cuando chocan nubes de campos eléctricos distintos se produce una descarga que es la que conocemos como rayo. No todos los rayos caen hacia la tierra, en oportunidades suben desde la base hacia la parte superior de las nubes que los producen. Sus formas suelen ser diferentes, los hay sinuosos, arborescentes y esféricos. Hasta hace unos años la ciencia conocía muy poco sobre la electricidad atmosférica, la que hoy se estudia con la ayuda de los satélites artificiales, pero aún hay fenómenos que se desconocen como el de los llamados «rayos secos» que estallan en días soleados.
Al sentirse sobrecogido por la descarga eléctrica, desde tiempos muy remotos, el hombre vio en el rayo una manifestación de lo sobrenatural; una inmensa nómina a lo largo de la historia forman aquellas divinidades a quienes se les atribuyó el poder del rayo, aunque no siempre coincidió con que fueran dioses del fuego. Quizá el caso más connotado fue el de Zeus, llamado Júpiter por los romanos, se suponía que vivía con las demás deidades en la cumbre del Monte Olimpo, donde tenía su trono de oro y marfil. Había nacido en Creta y era hijo de Cronos (Saturno) y Rhea. Su madre lo salvó de ser devorado por el padre a quien más tarde él destronó.
La palabra Júpiter es una contracción de Jovis Pater, y se puede traducir literalmente como padre del cielo brillante. En sus distintas manifestaciones era el protector de los ejércitos, el que otorgaba la victoria, guardián de la ley y otras muchas atribuciones. Este dios de los dioses, tanto para los griegos como para los romanos, recibió múltiples nombres en distintos pueblos: Zeu, Zan, Den, Dis, Zas, Jove.
Fue adorado como dios supremo en Egipto, Etiopía, Libia, Persia y Creta. El Jehová hebreo derivó su nombre de él. Los griegos crearon los juegos olímpicos en su honor. Muchos siglos antes de que surgiera la civilización griega, en China se adoraba a Lui Chin, dios del rayo y del trueno al que se le representaba con pico de águila, alas y llevaba en una de sus manos un rayo y en la otra una varilla con la que golpeaba a los tambores del trueno. Otro famoso dueño del rayo fue Thor, de los escandinavos, dios de la tempestad y el trueno quien montaba un carro guiado por dos carneros, de su nombre se deriva el día jueves en inglés, Thursday.
Un rayo anuncia el nacimiento del protagonista de la epopeya Soundjata Keita de los mandingas. Soundjata llega a convertirse en el rey fundador del Imperio.30 El rayo es unos de los atributos de Shangó, su arma preferida, como lo demuestra la siguiente historia: Eleguá se había disgustado con Shangó, su hermano, que había recibido del mismo Olofin el poder del rayo y el fuego. Como sabía que era muy difícil de vencer estuvo pensando qué hacer para humillarlo. Al fin se le ocurrió una idea: iría a ver a Osain, el brujo del monte, para que este le indicara los encantamientos con que entorpecería la suerte de Shangó.
Ya en la casa de Osain, ambos se entregaron a las más oscuras prácticas para propiciar la desventura del dueño del rayo. La vida le comenzó a ser difícil a Shangó. No lo invitaban a las fiestas, las mujeres huían de él y hasta le faltaba el dinero. Todo le iba tan mal que fue a registrarse a casa de Orula. El adivino le dijo por qué su suerte le estaba fallando. Shangó, enfurecido, se encaramó en la palma desde donde divisó la casa de Osain y comenzó a arrojarle sus mortales rayos. El primer rayo quemó la casa del brujo y este, aterrado, quiso llegar hasta la ceiba donde escondía el güiro con sus yerbas mágicas. El segundo rayo le arrancó el brazo. Elegguá, que observaba todo lo que sucedía, cuando Osain había perdido además del brazo, una pierna, un ojo y una oreja, le pidió a Oggún que se convirtiera en pararrayos, pero todo fue inútil: ya el brujo era una ruina.
Entonces no le quedó más remedio que salir de su escondite y gritar dirigiéndose a Shangó: —Kawó, kabie sile, señor, aquí no ha pasado nada. Viéndolo, el Orisha se aplacó y fue hasta donde ellos estaban para pactar la paz, con el requisito indispensable de que, desde ese momento, Osain trabajara solo para él.
En la Santería cubana se relaciona al estornudo con el rayo, por la rapidez y la fuerza con que se realiza. Si en un grupo de santeros alguien estornuda repentinamente, esto se toma por una afirmación de que lo que se está hablando es cierto. Esta afirmación la está haciendo el mismo Shangó. La siquitrilla o hueso de la pechuga de un gallo, se tiene en Cuba como un emblema del rayo. Por esta razón, en oportunidades, los devotos de Santa Bárbara a la manera afrocubana, usan una pequeña siquitrilla de oro como dije en sus cadenas, pulseras y otras joyas. Otros suelen lucir una sortija de oro, plata, o algún otro metal, en forma zigzagueante, a la que también llaman siquitrilla. En realidad estos atributos son en su diseño una forma idealizada del rayo y del hacha bipenne, de la cual se trata en otros capítulos de este libro.
También a Shangó se le atribuye el trueno asociado al rayo. Olofín llamó a Elegguá, Oggún y Shangó, y les dijo que al que le trajera un ratón le concedería una gracia. Elegguá salió como siempre el primero y encontró un ratón, se lo metió en la boca y se lo comió. Oggún, que había salido después, hizo otro tanto.
Shangó que salió último, pudo a duras penas cazar un ratón y para que no desconfiaran de él, se lo metió en la boca. De regreso a casa de Olofin, Shangó no habló ni una palabra y cuando Olofin preguntó dónde estaba el ratón que les había pedido, Shangó abrió la boca y salió el animal vivo. Por lo que Olofin sentenció: —Desde hoy, el único que puede gritar en el cielo es Shangó.

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